Ana se levantó aquella mañana con una magnífica sensación de bienestar y libertad. Se puso el camisón y salió al jardín para probar el frescor de la mañana. Pisó descalza el césped y entonces acudió a su mente algo que había soñado. Era un recuerdo muy lúcido. Un hombre cuyo atractivo le resultaba familiar, entraba en su jardín con suaves movimientos y se sentaba a su lado. La miraba, acariciaba su cara y luego se besaban dulcemente. Repitió con curiosidad los movimientos de su sueño. Veía las escenas repetidas en un prolongado flash back. El tiempo se estaba relentizando progresivamente. Se acercó a uno de los bancos del jardín y allí se dejó caer. Entonces el tiempo se detuvo totalmente. Era muy extraño, tal vez soñaba despierta. Se sentía en perfecta armonía con su alrededor. Pero no apareció. No se completó el sueño y allí poco a poco se volvió a dormir protegida por un aura natural.
Al despertar, Ana vio al hombre de su sueño sentado justo en frente de ella. No había duda, eran los mismos pantalones azules, la misma camisa negra, la misma mirada brillante. Desde su sitio el hombre le sonreía apaciblemente. Ella se quedó petrificada sin saber qué hacer. Permanecía inmóvil mientras el tiempo seguía aún detenido. Ambos eran estatuas en un jardín eterno. Jamás se había sentido tan bien. Entonces, no sabemos muy bien cuando, él se levantó gracilmente. A ella se le aceleró el corazón. Algo iba a pasar. Inesperadamente él giró hacia la puerta, avanzo poco a poco y sin mirar atrás salió del jardín. Ella lo vio marchar paralizada. No sentía nada. Entonces el tiempo comenzó a correr a zancadas y ella lo persiguió sin poder atraparlo. Allí no había nadie pero sí había algo: Un papel en el suelo.
Tomó el papel entre sus manos y lo leyó: Hace tiempo tuve un sueño, ¿sabes? Soñé con tu belleza y con encontrarte. Soñé con verte entre mis brazos, con tu olor. Soñé con recorrer miles de kilómetros, atravesar mares, cortar el viento y pintar cuadros imposibles en el agua. Soñé con llegar a ti. Te amé en mi camino durante años, hoy llegué a tu puerta. Te soñé en un jardín, en un banco a mi lado. Soñé con un pequeño gesto que no fue. Quizás soñé con un sueño y los sueños sólo tienen sus destinos en nuestros corazones y son corazones solitarios en el vacío. Yo era el amor que ahora se disuelve en el aire al que pertenece.
Tras la lectura sintió un poco de frío, algo de pena pero en realidad no demasiada. Desde su aparente calma descubrió que tenía el puño cerrado. Sin darse cuenta había arrugado el papel hasta hacer una bola. Pero no sentía rabia, ni dolor, ni nada. Abrió la mano y dejó que la bolita se deslizara hasta caer en el suelo. Allí quedó. Miro al cielo soleado, entró en el jardín y siguió disfrutando del precioso día. En definitiva, sólo se había tratado de un sueño.
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