Lo de hoy no va a ser algo original. Es un cuento que me contó una chica en el último viaje que realicé. Llegó por tanto hasta mi de la mejor manera posible, de forma oral y mientras vivía la siempre enriquecedora experiencia de viajar. Ella me lo contó como una experiencia propia aunque En fin, cualquiera sabe. La historia decía más o menos así:
Viajaba yo, tiempo atrás, de mochilera por la India con un grupo de amigos cuando, al pasar por un pequeño pueblecito, vimos a un gran elefante. Era la primera vez que estaba tan cerca de uno y lo cierto es que su belleza me cautivó. El imponente y poderoso animal estaba atado a una pequeña estaca en el suelo por medio de una cuerda. El animal estaba relajado y tranquilo en su cautividad pero algo no cuadraba. La cuerda y la estaca se me antojaban poca cosa para retenerlo, era como sujetar a un perro con un hilo y un alfiler. Con tan solo levantar la pata mínimamente habría sido bastante para liberarse. La cuestión era confusa.
Yo que siempre he sido una chica aventurera y amante de la libertad, sentí una imperiosa necesidad de encontrar respuestas. Lo comenté con mis amigos y tras movernos un rato por el entorno cercano del animal conseguimos localizar al cuidador y también a alguna persona cercana que nos tradujera del inglés. Yo quería saber porque el elefante no escapaba si tenía de sobra la fuerza necesaria para arrancar la pequeña estaca del suelo. El hombre sin dudarlo nos respondió. Al parecer desde muy pequeño se le había retenido de ese modo y aunque inicialmente había intentado huir sin éxito, poco a poco éste había dejado de intentarlo. De este modo, el elefante había aprendido que la cuerda lo retenía inevitablemente y esto se había convertido en un hecho para su yo adulto.
Le dimos las gracias a los allí presentes y al alejarnos una nueva pregunta se instaló en mi mente: ¿Cuántas cuerdas ilusorias del pasado atan nuestro yo presente?
¡Esto es todo amigos/as! Besitos varios...
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