jueves, julio 17, 2008

Cinco minutos de psicología barata

El otro día en mi barrio, no sé si ayer o anteayer, entré en un bar/cafetería a tomar algo. Es un local donde no suelo parar mucho pero cogía de paso. Pido un manchao y mientras el camarero me lo prepara, le digo que voy al servicio sólo un momento. Allá vamos pues. Voy relajado -holgadito- y al llegar a la puerta principal del aseo me encuentro el típico cartel de AVERIADO bien claro y visible. Por una fracción de segundo, ronda por mi cabeza volverme y preguntar si realmente estaba averiado pero enseguida veo clara la cuestión, estoy ante la típica engañifa para disuadir a indeseables meones ocasionales. Yo sigo adelante, pues el propio camarero me habría avisado previamente de existir una avería real. En ese punto, me siento seguro y con todos los papeles en regla, como suele decirse, me dispongo a echar el chorrazo. Tras la gesta liberadora y sin notar nada anómalo, vuelvo a la barra con mi cafelillo allí ya servido.

¿Cuánto tarda uno en tomar un café? ¿Cinco minutos? Cinco minutos de soledad frente a los azarosos posos de la humeante bebida. Cinco minutos de instrospección ideales para la reflexión de usar y tirar más vulgar y barata. ¿Cómo hubiera sido -What if...- la situación anterior al pretender ir al aseo sin tomar consumición alguna?, pensé. Habría intentado acceder al servicio rápidamente desde la calle y sin ser visto, con mi infalible técnica de recoger los hombros y bajar la cabeza, activando así mi superpoder de invisibilidad: Yo no los veo, ellos no me ven. Después delante de esa puerta con su correspondiente AVERIADO y falto de esa confianza que sólo da el ser cliente, probablemente, habría dudado. Pues, como es lógico, no está bonito atascar un váter averiado, sobre todo si es ajeno. Con la situación así, volvería sobre mis pasos para preguntarle al camarero: ¿Está averiado el servicio? - respondería él. Gracias y escapada con el rabo entre las piernas. Coño con lo qué sabe el tío, nos ha jodido. Qué tristeza y qué inquietud, mi vida se acaba, a las puertas del reventón de vejiga me hallo. En fin, otra vez a miccionar agazapado bajo el amparo de algún ruinoso y frío lugar de la urbe -mal-.

Se trata de una metáfora, creo. A veces la confianza del ser humano se basa en un cartel de AVERIADO que otro nos cuelga. Que no te pongan tu cartel, espíritu libre. Vive la vida como un chorrazo indómito y recuerda, la próxima vez que quieras dejarle un jugoso pastel a ese buen hombre del delantal blanco, págale al menos un café qué, así, vas más dilatado y te sale económico.

Así son las cosas en mi barrio y así se las conté yo.

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