De pequeño, en mi familia solía oir muchas citas, dichos populares y refranes por parte de mi madre o de mis abuelos. Mi abuela
A, por su parte, se marcaba sus coplillas mientras mi abuelo le regañaba por folclórica. Quizás debería traer algunas de estas
anesdotas a la palestra de vez en cuando, pues suelen encerrar sabiduria de la buena, de la sencilla, de esa que se respiraba antaño en las buenas casas andaluzas. El humor, el
cachondeo como decimos aquí, tampoco faltaba. Algo o mucho de eso aún queda. Bienvenido sea.
Citaba mi madre a
Ortega diciendo eso de
Yo soy yo y mis circunstancias en un intento -supongo- de pararnos un poco los pies a mi hermano y a mi cuando ambicionabamos más de la cuenta o sacábamos los pies del plato. Los benditos niños siempre fantasean con locuras y yo lo hacia perdido entre nubes doradas. Aunque ahora te comprendo perfectamente, madre, en aquel tiempo la afirmación nos parecía muy sufrida y limitadora. ¿Cuál era la salida a aquellas circunstancias? ¿Era posible? ¡Sí lo era!
Hoy muy lejos de esos días leo, en un libro de
Marina (
La Inteligencia Fracasada para más señas), que la cita de
Ortega y Gasset así, dicha tal cual, está incompleta. Ésta sigue con
Y si no salvo mis circunstancias, no me salvo yo. Lo veo claro. Elegimos nuestro destino y también
las partes contratantes de las primeras partes más adecuadas a nuestro discurso. Cortamos, pegamos y luego le vendemos la moto a quién sea. Lo más curioso del asunto fue el almuerzo de hoy. Comí en casa de mi madre (hoy es el día oficial de las madres) y hablamos de como si uno siempre otorga como un niño bueno, uno termina por desaparecer. Esta vez aconsejaba yo y ambos estuvimos de acuerdo. Las circunstancias cobraban vida y la solución llegaba una hora antes de leerla. Lucha, álzate y sálvate
cuando tú vayas pudiendo, si eso.Que la magia te acompañe.