Hoy fue un buen día en el trabajo y eso que no todo estaba de cara. Digamos que no me dejé y salí victorioso. Llego a casa tarde, por motivos que no vienen al caso, pero estoy contento, llevo un subidón de estrella de rock. Entro, me pongo cómodo, me paseo por la casa danzando como un auténtico mito (...algunas noches soy fácil uo uo...) y me dispongo a preparar algo de comer. Falta poco para las 4, creo. Ya lo tengo todo listo y como en el salón en silencio absoluto. Ni siquiera tengo ganas de ver un episodio de A dos metros bajo tierra como suelo hacer. Es un poco por pereza, estoy cansado. Me importa una mierda, son mis reglas. Me miro los pies, los calcetines. ¡Qué vulgar! Mi vista se dirige hacia el suelo, hay ropa tirada de la noche anterior. No entraremos en detalles desagradables pero... En ese momento, vuelvo a La Tierra, menos mal. Un par de guantazos y conecto de nuevo con la raíz más natural y profunda. No más juegos para eludir el auténtico juego. Inspirado por la magia del momento incluso me entran imperiosas ganas de ir al baño. Caen los mitos, inevitablemente. Nunca me gustó ese anuncio virginal de la chica guapa sentada en el water en su baño perfectamente blanco. Está a lo que está, no nos engañen señores publicistas. Además ni yo, ni mi baño nos parecemos en nada a los antes citados. Han caído los mitos, decía, los míos y también los vuestros. No más héroes, por favor. Ahora me siento aún mejor que antes, más liviano. Levitando. Siempre me he dicho a mi mismo que voy por el lado más amable de la vida. Eso me permite disfrutar con curiosidad hasta del dolor, si se tercia, al menos con una apropiada dosis de autoanestesia. Te juro que así es.
Me tumbo en el sofá estilo libre un metro y algo. Debería estar relajado pero algo me inquieta. Tengo algo que hacer, algo importante y hay que hacerlo cuanto antes (¿cuántas veces habré escuchado, en los últimos días, esa puta canción de Nacho Vegas?) pero sinceramente en mi caso no sabría decir qué es. En mi idea de destino también contemplo mis visitas a comprar el pan. Eso cambia algunas cosas, en serio. Todo es accidental. El destino está claramente sobrevalorado, tanto o más que el miedo a la lluvia, ¡por dios se trata sólo de agua! Me voy al ordenador con un té verde que he preparado. Se han descargado tres capítulos más de la serie. Me asomo a la ventana y allí, justo en frente, está la vieja que me espía de vez en cuando. Fuma tranquilamente pero noto su mirada desde la oscuridad de su escondite, la muy picarona. Eso me pasa por pasearme provocativamente por la casa. No lo puedo evitar, es mi físico. Ahora probablemente he vuelto a convertirme en un mito aunque sea en comparación con ella. Sí, porque esta vez, justo delante de ella y de su ventana cuelgan en el tendedero unas enormes y seductoras bragas color carne. Intuyo que son suyas. Cierro la persiana. Lo demás es puro silencio.
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