Un hombre con el corazón de oro

La bestia duerme, más linda ella...

Durante estos días de reconstrucción han pasado por mi mente mil ideas que no he escrito aquí. Algunas eran buenas pero he procurado mirar hacia otro lado. No es bueno alimentar a esa bestia hambrienta llamada ego. Está muy perjudicada y nada más peligroso que un animal herido. Por eso le pongo la correa y salimos los dos a pasear con cariño. ¡Es más mona con su lengua fuera! No hablará ella. Ahora escribo yo, mi espíritu, mi verdadero ser. Hoy quiero escribir desde la calma.

Cuando la luz que depositaste en tu mundo se va apagando y solo queda algo pequeñito, te tambaleas. Llegó a llamarse burbuja o algo así, creo. Esa luz pequeña pero fuerte, ese amor sigue estando dentro de mi, en el centro. En realidad siempre me he identificado con eso. Ya no es hacia otra persona, no es una esperanza externa, ni un paso atrás. Eso no lo voy a alimentar en falso para no desatar a la bestia. Ahora lo veo claro, es algo a lo que yo daba mucho valor y ahora vuelve a mi. Es mi visión, son mis ojos para ver. Es mi corazón. Lo verás si te fijas bien. Voy a pecho descubierto y eso no va a cambiar pues no hay fortaleza posible sin fragilidad. Es una opción personal. Podrías ver hasta el sonido de mis latidos si te concentras. Ahora dentro de este corazón, está esa pequeña luz. Bien guardada, no tiene dueño y ahora no es accesible con facilidad. No se sabe dónde me llevarán mis pasos. Quizás a aquello que ya está conmigo, igual que en el cuento del corazón de oro. ¿Conocen la historia? ¿No?

Era un hombre que siempre buscaba un corazón de oro. Era un tipo sencillo y estaba féliz por ello. Un día, muy cerca del final de sus días, lo encontró dentro de si. El corazón que era su búsqueda siempre había ido con él. Buscar y encontrar son lo mismo. Amar y querer amar son lo mismo. Vivir y querer vivir son lo mismo. Elijo vivir con amor. No tengo dudas.

Os dejo con Neil Young, el hombre del corazón de oro...